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LA FAMILIA: UN ENTORNO FELIZ

Desde hace dos décadas y desde diversos ámbitos algunos intelectuales han evidenciado ciertos riesgos que sufre la familia moderna, particularmente el individualismo que está presente en los planteamientos morales del momento.

Ante la sobreabundancia de lo privado, no falta "declaraciones de derechos", según el profesor Amitai Etzioni, que exigen a su vez cierta regulación. El individuo es regulado desde fuera, pero ¿no debería ser en el ámbito familiar donde alcanzase los principios que armonicen su "yo" con el "entorno"?. De ahí que la familia no sea una mera institución biológica destinada a transmitir y conservar la vida, pues el sexo conduce a una institución con muchos aspectos sexuales. Chesterton decía que la familia incluye adoración, fiesta, justicia, decoración, solidaridad, educación, libertada, descanso. Si el sexo es la puerta de esa casa, la casa es mucho más grande que la puerta.

Además, en toda familia sus miembros inician su caminar. Unos lo comienzan en los primeros años de la infancia, otros reconducen su orientación cuando sus pautas de comportamiento no son las correctas. Por eso, la familia camina junta hacia una meta de alguna manera común. Son las familias unidas.

Pero con frecuencia oímos quejas de familias que se rompen, de personas que realizan acciones impropias, conocemos despropósitos, enfrentamientos entre hermanos... y nos preguntamos ¿cómo es posible todo esto? Pues la respuesta es clara. Si de alguna forma los padres conocen su responsabilidad para proporcionar a los hijos educación moral y formación del carácter, en la práctica muchos padres llegan a casa tras muchos horas de trabajo completamente agotados. Han sufrido un día laboralmente competitivo. Otros viven presa del consumo y de actividades placenteras, o bien obsesionados por la promoción personal. ¿No sería oportuno un cambio de conciencia por parte de la sociedad?

En efecto, si la producción o la rentabilidad es uno de los criterios primordiales en nuestra sociedad, quizá convendría adaptar la perspectiva de modo que el mundo laboral se organice en torno a las necesidades familiares. Esto implicaría un cambio de mentalidad tanto en padres como en las empresas. Esta idea ha sido recientemente avalada por varios centenares de profesores universitarios de procedencias diversas, entre ellos el politólogo Francis Fukuyama, el filósofo Robert D. Putnma y la jurista Mary Ann Giendon. Todos ellos sostienen que, "aunque pueda parecer utópico, nuestra esperanza en una comunidad universal descansa en la vitalidad de pequeñas comunidades extendidas a lo ancho y largo del mundo. Sólo así se podrá luchar contra las principales amenazas de hoy: la guerra, la violación de los derechos humanos, la degradación ambiental, y la explotación física o espiritual de los menores".

En este sentido, el filósofo y parlamentario italiano Rocco Butiglione ha escrito en su último libro titulado "La persona y la familia" que los valores que dan consistencia a nuestra vida han sido todos recibidos en el único entorno que es apto para mostrarnos lo que somos: la familia. Primero como hijos, luego como esposos, siempre miembros de una familia, los individuos alcanza su conciencia de persona.

Quizá sean ciertos sectores posmodernos quienes han venido considerando que la familia es una superestructura patriarcal y cristiana; para ellos, la familia es una estructura superada. Butigglione, junto a otros muchos piensa que no todos los núcleos que hoy llamamos familiares consiguen proporcionar al individuo la vivencia de ser persona, y una sociedad verdaderamente humana sólo se puede construir desde la noción de la persona y el respeto de su dignidad. Son los padres, y en última instancia la sociedad, quienes decidan prestar su atención para que los nuevos miembros de la comunidad alcancen la "conciencia de personas" y la formación, los principios, que esto conlleva. A este respecto, Urie Bronfenbrenner, psicólogo de la Universidad de Cornell, afirmó en cierta ocasión: "Para desarrollarse, un niño necesita de la dedicación sacrificada e irracional de uno o más adultos que cuiden y compartan su vida con él". Al preguntarle qué entendía por "dedicación irracional", respondió: "¡tiene que haber alguien que esté loco por el chico!".

Ante la crisis familiar sin precedentes que vive el mundo moderno, se hace más necesario que nunca conocer, desde muy joven, algunos fundamentos que en el futuro equilibrarán su propia vida familiar, como los indicados a continuación.

  • La unidad de dos de modo que los esposos viva siendo un continuo don el uno para el otro.
  • Buscar el bien común de la futura familia, al margen de actitudes egoístas, tanto en el mundo de la afectividad al margen de la esposa/esposo, como en otros ámbitos donde el dinero, el prestigio, etc., pasan a ocupar un lugar primordial.
  • Articular la vida diaria desde el amor y la comprensión, desde el respeto y la fidelidad.
  • La entrega sincera de sí mismo. El Concilio Vaticano II recogió un pensamiento ilustrativo: el hombre "no puede encontrarse plenamente a sí mismo sino en la entrega sincera de sí mismo".

Juan Pablo II escribe en su carta a las familias lo siguiente: "Conviene hacer realmente todos los esfuerzos posibles para que la familia sea reconocida como sociedad primordial y, en cierto modo, "soberana"... Una nación verdaderamente soberana y espiritualmente fuerte está formada siempre por familias fuertes, conscientes de su vocación y de su misión en la historia. La familia está en el centro de todos estos problemas y cometidos: relegarla a un papel subalterno y secundario, excluyéndola del lugar que le compete en la sociedad, significa causar un grave daño al auténtico crecimiento de todo el cuerpo social". Este pensamiento concuerda con la ida básica de Etzioti, para quien la libertad individual no se puede sostener al margen de la comunidad. Entonces esteremos en condiciones de cohesionar la sociedad, de modo que la persona no sea inteligible sólo como existencia aislada. sino como un "existir con", con la familia, la sociedad, su país y todos los países del mundo.

José Alcázar Godoy