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Las Chumberas:
Algo más que espinas

Desde la aparición de la Agricultura, presumiblemente por la dedicación y actuación de las mujeres, allá por el 9.800 a. J.C. (Neolítico precerámico A), los países circunmediterráneos vieron aumentar progresivamente sus plantas útiles. Cada una de las oleadas humanas que llegaban a nuestras costas traía consigo algunas plantas, que poco a poco iban modificando las costumbres alimentarias y nuestro entorno. Así nos llegaron los cereales, la higuera y el olivo del Próximo Oriente, los pinos piñoneros de Italia,... Todo transcurría con bastante lentitud, hasta el siglo XV. La llegada de los europeos al continente americano produce una aceleración de estos cambios, un abrir nuestros ojos, y nuestros paladares, a nuevas plantas y hoy tan comunes, que nos obliga muchas veces a recapacitar sobre cómo sería la vida en Europa antes de esa época. Una de estas plantas, que lógicamente nos pasa desapercibida y que consideramos, acostumbrados a nuestra presencia, como nativa de la Península, o a lo más oriunda de África, son las chumberas o tunas. Las vemos en nuestros campos en el borde de una finca, encaramadas en los riscos de algunas de nuestras sierras, ... o en los bordes de los caminos de nuestros Nacimientos. Nos pasan desapercibidas hasta que nos pinchamos con algunas de sus múltiples espinas, o en las cercanías del mercado nos venden en verano un paquete de higos chumbos. Lo que no nos podemos imaginar es la utilidad que pueden tener, ni la complejidad que presentan como adaptación a la sequía.

Proceden del SW de Estados Unidos y del S de México, al menos las más comunes de nuestros campos de la mitad meridional de la Peninsula, por ser muy sensibles al frío. Son plantas muy especiales, almacenes vivientes de agua que acumulan en sus gruesos y aplanados tallos centrales (las palas), mientras que las ramas laterales se modifican en gruesas espinas, muy punzantes y dolorosas. Las hojas se forman sólo cuando son jóvenes, perdiéndose con la edad, siendo sustituidas por grupos de espinas más delgadas que rodean la base de las espinas más grandes. Sus flores son muy llamativas, desde un amarillo oro a un rojo pálido, y los frutos, siempre comestibles, son carnosos, con numerosas semillas y protegidos igualmente por espinas.

Dos son las especies más comunes por nuestro territorio: La chumbera basta, (Opuntia dillenil), reconocible por sus espinas grandes y amarillentas e higos color carmín, con pulpa rojas; su acidez, y la coloración de su pulpa, que pasa a la orina, no les hacen ser muy apetecibles. Vive en las zonas cercanas al mar, y se emplea en la separación de fincas y en jardinería.

Y la chumbera blanca, o blanquilla, (Opuntia maxima), de higos verdosos, o amarillentos si están muy maduros, más grandes y, aunque no muy dulces, agradables cuando están fríos. Por su fácil cultivo, y por ser fuente de alimentos en épocas de penuria, se han introducido en gran parte de los países de clima templado o cálido, perdiendo muchos ejemplares las espinas o careciendo de ellas.

Sus palas pueden emplearse en la alimentación humana como verdura, o para el ganado en caso de necesidad, y sus frutos se han venido utilizando en la alimentación de los pueblos indígenas desde tiempos inmemorial: crudos, al igual que hacemos en la Península, o bien cocinados para obtener dulces equivalentes a nuestra carne de membrillo. Su pulpa, sometida a fermentación, proporciona en su país de origen un mosto, que una vez destilado, constituye el cotonche, aguardiente bastante pasable.

En medicina popular estas plantas son empleadas en muy variadas afecciones. El jugo, obtenido después de pelar y triturar las palas, facilita la curación de algunos procesos intestinales, y puede ser de utilidad en irritaciones cutáneas, escoceduras, psoriasis y heridas ulceradas. Con el líquido que se obtiene después de troceadas y mezcladas con azúcar se hace un jarabe utilizado popularmente en casos de tos irritativa. Partidas y calentadas nos sirven como vehículo de calor (cataplasmas) en abscesos, forúnculos y mialgias. La infusión de sus flores parece ser de utilidad en casos de retención de orina (oliguria), dolores intestinales y para lavar heridas enconadas, y los frutos son usados para mejorar algunas diarreas por su acción astringente.

En la industria, y aunque no es la especie más apropiada, se ha venido utilizando para criar un pequeño insecto parásito, conocido como cochinilla o grana de Indias, que proporciona un colorante carmesí (el carmín natural), hoy casi olvidado - por las dificultades de su obtención y su alto precio- reemplazado por colorantes sintéticos, tanto en las técnicas histológicas como en la fabricación de cosméticos (barras para labios).

Con independencia de sus aplicaciones, más o menos seguras, muchos de nosotros nos quedaremos con el sabor refrescante de unos higos chumbos recién pelados, acompañados, como dice la tradición, de un vaso de agua fría, .... o los más sibaritas, con el recuerdo de un sorbete después de una comida no muy frugal.

Santiago Silvestre