Desde hace
algún tiempo las administraciones sanitarias han venido recurriendo a la
fórmula de al institución fundacional para encauzar determinados proyectos de
investigación, vincular el papel del capital privado al desarrollo de programas
sanitarios o sencillamente ensayar nuevos modelos de gestión de la sanidad
pública. La discusión sobre la conveniencia, oportunidad o bondad de este
recurso se ha centrado en contradictorias posturas políticas teñidas, las más
de las veces, de ideologías aparentes y ha puesto en el candelero informativo
una realidad que, por antigua y generalizada en otros ámbitos sociales, no
justifica en si misma la polémica. Me interesa en este artículo, no defender o
adscribirme a ninguna de las posturas protagonistas de la polémica, sino
avanzar algunos planteamientos básicos sobre el papel que, con independencia de
que su promotor sea una institución pública o privada, creo pueden desempeñar
las fundaciones en el ámbito de la salud.
En la razón de ser de la fundación podemos
encontrar los elementos para el análisis. La fundación no es más que una masa
patrimonial, un conjunto de recursos materiales que son puestos al servicio de
un fin que le confiere el especial privilegio de nacer al derecho como persona.
De este alumbramiento jurídico es responsable el fundador que cede un
patrimonio inicial y libera finalmente el desarrollo y vida del mismo a las
resultas de unos fines y unas reglas de funcionamiento por él expresados en el
acto fundacional. A diferencia de las restantes personas jurídicas (sociedades,
asociaciones, etc.), el promotor de la fundación compromete parte de su
patrimonio cediendo su control definitivo a la estructura organizativa del
patrimonio mismo. El interés social que merezcan los fines de la fundación
justificará, por último el reconocimiento por parte del Estado de su utilidad
pública. En este compromiso percibimos un componente de generosidad (no
necesariamente desinteresada) que, en razón de determinados fines, cuestiona
los principios básicos de la economía común vigente. En el caso que nos
ocupa, la promoción de los asuntos relacionados con la salud merece la pena de
tal modo, que el fundador renuncia al legítimo interés de controlar hasta sus
últimas consecuencias parte de su patrimonio. Aquí reside el primer síntoma
de la buena salud de estas fundaciones: son una apuesta comprometida por un
valor que se considera trascendental para la vida social.
Una vez constituida, la fundación podrá
desarrollar sus fines mediante un elenco no catalogable de actuaciones cuya
única limitación está constituida por la legalidad y el respeto a dichos
fines. Se pone de manifiesto así una capacidad de innovación, aventura y experimentación
que coloca a las fundaciones en la posible punta de lanza de los modos de actuar
social. Frente a los requerimientos del mercado que condicionan la vida de la
empresas y entidades mercantiles o los sistemas de control que burocratizan la
actuación de los entes públicos, las fundaciones puenden imaginar, crear
inventar. Al hacerlo, ofrecerán modelos a seguir o permitirán descartar
opciones malogradas. Con su éxito y su fracaso, contribuirán al saber común,
enseñarán, inspirarán.
Por último, la fundación constituye un doble
vehículo de participación de los ciudadanos en la vida colectiva. Al constituirla,
los fundadores se pronuncian sobre el proyecto social, expresando sus
prioridades sobre los problemas a considerar y proponiendo soluciones a los
mismos. Posteriormente, el éxito de las actividades de la fundación, su
prestigio y el reconocimiento formal y material que obtengan pondrán de
manifiesto la adscripción y el acuerdo de la sociedad respecto a aquellos pronunciamientos
programáticos y la forma de desarrollarlos. Si el ideal de organización
democrática no limita su expresión a la esporádica manifestación de la
voluntad política mediante el voto, no hay duda que las fundaciones son un
importante instrumento de articulación social. Su desarrollo, el aumento de las
donaciones que reciban, la importancia de las colaboraciones con otras
instituciones, nos darán la medida del apoyo social obtenido. En una materia
tan delicada como la salud y de tan evidente e inmediato interés social, esta
participación en la determinación de los objetivos y en la propuesta de las
soluciones supone, a mi entender, un afortunado, aunque humilde, tratamiento
para la mejora de la salud de nuestro sistema sanitario.
José María
Fernández Rodríguez
|
Continuo
en este cuarto número de la revista, con otro problema infeccioso de interés
general y que tiene un seguimiento especial en la embarazada: la toxoplasmosis.
El
Toxoplasma gondii es un protozoo, que parasita al ser humano y cuyo huésped
definitivo es el gato, el cual alberga al parásito en el tubo digestivo y lo
expulsa por las heces en forma de ooquiste, los cuales son infecciosos. Los
roedores, cerdos, bovinos, ovejas, cabras, pollos y otros mamíferos son huéspedes
intermediarios y portadores de una forma infectante del parásito en los
tejidos.
Por
tanto los mecanismos de transmisión serán por comer carne infectada cruda o
insuficiente cocida o más frecuentemente por la ingesta de ooquistes
infectantes en distintos productos y aguas contaminadas (contacot con heces de
gatos). Otra tercera vías sería por la infección de la mujer embarazada y su
pase al feto a través de la placenta (vía transplacentaria).
En
general la infección por este microorganismo es asintomático y sólo
excepcionalmente se manifiesta como enfermedad. En adultos las formas clínicas
más frecuentes son adenopatías sobre todo en zona cervical, acompañado de
fiebre, dolores musculares y exantemas generalizados. Se suele curar de forma
espontánea. Muy rara vez se producen formas más graves.
Por
tanto, el mayor interés de esta infección desde el punto de vista de la
patología humana se centra en la infección del feto, tema que nos ocupa, y en
el enfermo inmunodeprimido. En este último caso afecta sobre todo a pacientes
con SIDA, linfomas, leucemias y transplantes de órganos.
La
transmisión de la infección de la madre al feto ocurre por vía sanguínea en
casos de infecciones agudas. Durante el primer trimestre de embarazo la
posibilidad de transmisión de la enfermedad presenta una baja frecuencia,
siendo la patología en el feto muy grave; por el contrario en el tercer
trimestre la presentación es más leve. Se han descrito muy variados cuadros clínicos,
desde formas inaparentes, a distintas manifestaciones, incluyendo la llamada
triada clásica: afectación ocular (coriorretinitis) y afectación cerebral
(hidrocefalia y calcificaciones), que conllefa a la aparición de retraso mental
de muy distinto grado. Como he mencionado anteriormente la afectación dependerá
de la edad gestacional, siendo enfases muy avanzadas la enfermedad fetal muy
leve o subclínica y las manifestaciones tardías.
El
diagnóstico de esta enfermedad se realiza mediante la determinación de
anticuerpos de la clase IgM e IgG en sangre del paciente. Los primeros en
formarse serían de tipo IgM, indicando su presencia una infección reciente, ya
que no persisten positivos y tienden a desaparecer en unos seis meses. En
segundo lugar aparecen los anticuerpos IgG que son detectables durante toda la
vida del paciente.
La
presencia de anticuerpos maternos antes de la concepción la protege contra
nuevas infecciones por este protozoo e impide que durante el embarazo el niño
sufra una norma congénita de la enfermedad. Si estas pruebas fueran negativas,
es decir no se detectaran anticuerpos en sangre, las embarazadas deberían ser
controladas al menos mensualmente mediante la realización de análisis serológicos.
Por
tanto las embarazadas que no posean anticuerpos contra T. Gondii, han de
prevenir la infección tomando una serie de medidas higiénico-dietéticas, como
son:
Es
preciso cocer totalmente la carne de consumo, así como lavar escrupulosmente
las manos después de manipular la carne cruda o bien utilizar guantes.
Utilizar guantes cuando se esté en contacto con el suelo posiblemente
contaminado o se realicen tareas de jardinería, lavándose siempre
posteriormente las manos.
Las frutas y los vegetales pueden estar infectados directa o indirectamente por
el agua, por tanto se deben lavar muy bien antes de su ingestión.
A
los gatos se les dará alimentos secos, enlatados o hervidos y no se les
premitirá que cacen ni coman desperdicios de los basureros.
Evitar
el contacto directo con las heces de los gatos, no ocupándose de la limpieza de
la caja donde el gato las deposita, ni estar en contacto con ese animal si se
desconoce lo que ha comido.
Evitar
que los gatos callejeros tengan acceso a los cajones o montones de arena en los
que juegan los niños.
En
cuanto al tratamiento, al existir un peiodo de tiempo entre la infección
materna y la afectación del feto, cuanto antes se realice el diagnóstico, más
rápida será la instauración del mismo y por tanto más posibilidades existen
para que este se efectivo.
Rosario
Aretio Najarro
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Como una reliquia de los tiempos, de la riqueza vitivinícola
que en épocas pasadas, tuvo el Aljarafe sevillano, en contados rincones, de
frescas bodegas, aún podemos degustar el vino nuevo, el mosto.
Detrás quedan esos campos de viñedos que
ocupaban la mayoría de esa meseta de formación terciaria, cuyas frescas y
albarizas tierras, criaban las variedades de uvas zalema y "garria",
materia prima del mosto.
Viñas cuidadas con todo el esmero y cariño,
abonadas con estiércol, podadas por manos expertas que sabían donde dar el
corte para que las yemas del sarmiento estuviesen en el lugar preciso para la
buena formación de la cepa.
Tierras alomadas y desfondadas a golpe de
azadón para su meteorización y poda en verde, pasado el peligro de mildew,
para dejar los racimos justos que madurarán en el verano tardío, bajo el sol
del mediodía y el aire fresco y húmedo de Atlántico, la marea, que llega a
estas tierras del atardecer.
En la historia están las uvas mollares y las
pasas que competían en la Roma Imperial con las de Corinto, criadas en la
solanera del Repudio, arroyo que dejó de ser río Pudio y que sigue cortando en
dos, de norte a sur, el Aljarafe.
En el recuerdo las bodegas de Perona, en
Castilleja de la Cuesta, las del marqués de Liendo en Gines, y las cine bodegas
de Espartinas.
El cierre del Marco de Jerez, principal
comprador de estos vinos, el descenso de su consumo, la falta de mano de obra
especializada, el avance de las urbanizaciones y la política de reducir
plantaciones por exceso de producción, dieron fin a este cultivo.
Y volviendo a nuestro mosto, éste se conseguía
por los medios habituales de toda vendimia en la que la uva, recién cortada,
llegaba al lagar donde, molida o pisada y prensada, el caldo pasado a bocoyes de
madera de castaño y allí, en atmósfera sulfuroso, hacía su primera
fermentación.
Y allá por San Andrés , fin de
noviembre, los mostos estaban en su mejor momento: "En San Andrés, vino o
vinagre, es".
Teníamos un vino tierno, de color
muy pálido, brillante y con ligero aroma a manzanas.
Era el tiempo de acompañar la
comidas rústicas con este vino:
"Tostá" con aceite. Migas. Sardinas asadas. Lomo de cerdo asado sobre ascuas.
Y así lo teníamos hasta la
primavera y, en esta época, antes de que llegaran los primeros calores, se
sacaba de los bocoyes, separándolo de los restos sólidos de la fermentación y
se dedicaba a consumo como vino normal o se iniciaba el
"encabezamiento" para vino fino o solera, esto último, en poca
cantidad ya que eran las bodegas de Jerez quienes se llevaban las mayoría de la
producción.
¿Qué queda con todo
aquello? Casi nada. Exceptuando muy contados lugares en los que, como una
reliquia histórica y tradición familiar, pongo por ejemplos las Bodegas
Góngora de Villanueva donde se emplea el mismo sistema de prensado que en
siglos pasados, por medio de "la Viga", o las Bodegas Patacabra, en
Espartinas donde todavía usan la prensa de usillo movida a mano con sus pesados
tablones de encina.
Viejas y frescas bodegas que saben
del buen hacer y el mantener las tradiciones. Y viene aquí esto por aquello de
las modas.
Hoy, quizá por ignorancia de quien
lo toma o, por picardía de quien lo vende, vemos unos mostos turbios, casi como
barro que ya, en el mes de octubre, van a su busca los fines de semana por los
pueblos de esta zona.
¿Qué es lo que toman? Pues vino
de baja graduación alcohólica, posiblemente el peor de la cosecha, sin
terminar su fermentación y mezclado con los residuos sólidos que aún no han
decantado.
Sin ánimo de absurdas y estériles
polémicas, y sin corregir gustos a nadie, sí te digo que esa maravilla de la
naturaleza que es el mosto del Aljarafe, en la copa ha de ser: pálido como el
agua, de brillo aterciopelado si es de uva zalama, y brillante como el cristal y
es de uva "garria", y con un discreto aroma a manzanas que, oliendo la
copa con la boca entreabierta, no tienen fin.
Abel del Río |
El origen de las danzas es tan antiguo como la
misma humanidad y, ya desde sus comienzos, presenta un carácter religioso que
llega hasta nuestros días. La danza, en el contexto de la fiesta, se presenta
generalmente como instrumento liberador de energía en homenaje a la divinidad,
y, como tal, está presente en Andalucía al menos desde Estrabón, que
"danzan cogidos de la mano". Marcial y Juvenal, hacia los años cien
d. de J.C. recuerdan la gracia de las bailarinas gaditanas. A partir del siglo
XV la repoblación de algunas tierras andaluzas hacen llegar a nuestra
geografía diversas danzas de palos y espadas, procedentes tanto de Castilla
como del País Vasco. El siglo XVI trae consigo la eclosión de las danzas
religiosas como exteriorización de fe; la Iglesia, tras el Concilio de Trento,
trata de catequizar a los fieles de todas las formas posibles, y toma de los
ritos paganos todo aquello que puede hacer que el fiel se acerque más a Dios.
Nacen así las danzas en honor de los santos patronos, que tienen lugar tanto
dentro como fuera del templo.
Actualmente se siguen ejecutando en nuestra
comunidad una serie de danzas rituales que podemos enmarcar dentro de varios
epígrafes:
- Danzas de adoración: son las que se
realizan en honor, generalmente del Patrón o la Patrona de la de la
localidad. Se suelen acompañar de cascabeles, castañuelas, etc. Entre
ellas, el "bailes de los pasillos" de Níjar (Almería), con ritmo
de verdiales y letras de fandangos de la localidad; los "danzantes de
San Isidro" de Fuente Tójar (Córdoba), danzan el 15 de mayo de cada
año en honor a su santo patrón, acompañando a la procesión del santo
delante la imagen, con una indumentaria de la que cabe resaltar sus enormes
sombreros en forma de tiara; la "danza de las tentaciones de San
Antón" de Orce (Granada), que se danzan en la localidad al menos desde
el siglo XIX, danza masculina como las anteriores, realizada en la localidad
al menos desde el siglo XIX, danza masculina como las anteriores, realizada
los días 16 aL 20 de enero en honor de San Antón; la "danza de los
cascabeleros" de Alosno (Huelva), de la que se tiene noticias desde
1444, que tiene lugar el día de San Juan, acompañada de tambor y gaita,
con tres tipos diferentes:"el coro" que se baila dentro de la
iglesia, "la folía", paso de procesión que se lleva a cabo
ininterrumpidamente mientras dure la misma, y la "danza guerrera",
que se realiza en círculo girando siempre en el mismo sentido; en la
indumentaria de los danzantes hay que resaltar los cascabeles que llevan
atados a los tobillos y que dan nombre a la danza; los "danzantes de
Santa Marina" en Cañaveral de León (Huelva), el 21 de julio danzan en
honor a la santa, cuya devoción está documentada desde 1879; la
"danza de la tórtola", en Hinojales (Huelva), en honor de la
Virgen de la Tórtola, realizada siempre por un número impar de hombres,
que va de siete a once; el "poleo" de El Cerro de Andévalo,
llevada a cabo por mujeres, la mayordoma y las jamugueras, en honor a San
Benito, el primer domingo de mayo, siendo de destacar la enorme riqueza de
la indumentaria de las danzantes; los "danzantes de la Virgen de la Esperanza"
y los "danzantes del Santísimo Sacramento" de Cumbres Mayores
(Huelva), que danzan tanto el día de la patrona como en las fiestas del
Corpus, teniendo en cuenta que en la procesión de ese día, los danzantes
de la Virgen lo hacen dando la espalda al paso y los de Santísimo siempre
dando la cara a la Custodia y danzando hacia atrás. Por último, como
danzas de adoración no podemos olvidar a los "seises", que en la
actualidad danzan en varias ciudades andaluzas, especialmente en Sevilla,
Córdoba y Guadix; son danzas ejecutadas en sus comienzos en todas la
catedrales de Andalucía, al menos desde el siglo XV; se enmarca dentro de
las festividades de la Inmaculada y del Corpus, variando en ambos casos el
color de su indumentaria.
- Danzas guerreras: algunos autores las
entroncan con antiguos ritos medicinales, pero hay que las relaciona con
ritos de índole vegetativa. En Andalucía parece que llegaron con los
repobladores procedentes de las zonas castellanas tras la conquista
cristiana. Se conservan, entre otras, en la localidades de Obejo (Córdoba),
en honor de su patrón San benito, la danza llamada del "patatús"
o "bachimichía", aludiendo a la sucesión de pequeños saltos que
dan los danzantes; en la Puebla de Guzmán (Huelva), en honor de la Virgen
de la Peña y en el Cerro de Andévalo, también en San Benito. Son danzas
realizadas con los palos que se cruzan y descruzan haciendo figuras que llegan
incluso a un simulacro de "ahorcamiento" al maestro de la danza.
- Danzas agrícolas: cabe señalar
"el zángalo" ejecutadas en la Ribera del Genil en época de
recolección, es una de la pocas danzas mixtas, ejecutadas por hombres y
mujeres, que se conservan; el "chacarrá" de Rute (Córdoba) está
también en esta línea y parece tener su origen el la aldea de Nacimiento.
Son estas líneas un ligero apunte de la enorme
riqueza que Andalucía presenta en el capítulo de las danzas, tan desconocidas
por otra parte. Sirvan simplemente para despertar la curiosidad de todos
aquellos que quieren adentrarse en las costumbres que nos legaron nuestros
mayores y que hemos de transmitir a nuestros hijos.
M Carmen Medina
San Román
|
Era
un tipo estupendo. Y murió joven... Yo, que he estado muy cerca de él hasta su
marcha, sé que la tenía perfectamente asumida, porque sabía que los cincuenta
y un años que estuvo entre nosotros, los había vivido intensamente, que en
otra persona hubieran supuesto, al menos tener ampliada su vida terrenal quizá
otros tantos. Así que, creyendo haber cumplido la misión para la que había
nacido, una tarde de Agosto, nos miró sonriente y, sencillamente, se apagó.
Creo
que llegó a cumplir puntualmente las tres facetas que -parece-, ha de
desempeñar todo varón que se precie, pues dicen que el hombre, como tal
descrito, para poder sentirse realizado, ha de tener un hijo, un libro escrito
y, un árbol en su vida haber plantado.
El
hijo, lo tuvo multiplicado por cinco. Árboles plantó cientos, y el libro,
aunque no fuera nunca encuadernado, lo fue desgranando en versos y escritos
entrañables, que fue dispersando entre las gentes que tanto le hemos querido a
lo largo de su corta vida.
Toda
ella tuvo diferentes matices que no vamos a enumerar ahora, en cuanto se refiere
al sentido de lo familiar, la amistad que tuvo por di visa, el sacrificio por un
ideal, o el cumplimiento de su deber, cosas todas que ejecutó sin tasa ni
medida. Por lo que esta sinopsis de su vida, la voy a referir exclusivamente a
una pasión que tenía: la caza.
La
afición le venía de lejos. Desde que era muy joven y aún llevaba pantalones
cortos. Y como quiera que por la tarde ayudaba en su bufete a un excelente
abogado, amigo de la familia, cazador impenitente en todas las modalidades de
arte cinegético, muchos finales de semana se marchaban a la sierra, en un
provecto automóvil Ford T, estilo Bonny & Clyde, que trepaba renqueante las
cuestas de Los Cerrillos y Peñallana, para dar rienda suelta a su afición,
concretamente en una de las facetas mas en boga de aquellos contornos de Sierra
Morena: la caza de perdiz con reclamo.
Los
preparativos de los bártulos se desarrollaban con precisión matemática: Ropa
adecuada según la época, escopetas a punto, cananas repletas de cartuchos y,
sobre todo, un par de machos es meradamente cuidados en sus jaulas, las cuales
iban debidamente tapadas hasta situarlas en su camuflado puesto.
Tengo
que hacer inciso, porque no me resisto a detallar los pormenores de como en
aquellos años de la posguerra, era la forma de proveerse de la necesaria
munición destinada a "apiolar" la pieza deseada.
Alfonso
tenía una buen escopeta. Una "Sarasqueta" marca Jabalí, del calibre
16. Liviana, graciosa, bien pavonada, limpia como el jaspe, la culata y la caña
perfectamente saqueadas, dispuesta siempre. Cuando la encaraba, se acoplaba al
hombro como si, en el momento de apuntar a la pieza puesto a tiro, fuera una
prolongación de los brazos, y quisiera formar parte de él mismo.
¡Ah!,
pero el asunto de los "materiales" era otra cosa. Corrían tiempos
difíciles en los que, aparte de la penuria económica, no se encontraba de
nada. Los cartuchos, la pólvora y los plomos calibrados eran artículos poco
menos que racionados. Pero la afición podía con tales inconvenientes.
Recuerdo vívidamente que, llegado el sábado, mi hermano se las
arreglada, (y, enseñó a hacerlo para ayudarle), para que el día siguiente la
canana estuviera repleta de los necesarios cartuchos, recargados una y otra vez
hasta la extenuación.
La
operación se desarrollaba de una manera absolutamente artesanal: Los cartuchos
disparados, -previamente recogidos en el campo-, eran seleccionados, y a los
aún utilizables, se les desmontaba cuidadosamente el mixto ya permutado; con
una puntilla se desplazaba de su alojamiento el diminuto redondel de cobre y,
con la cabeza de otro clavo, se volvía a poner plano. Los detonadores eran
"mixtos cachondos", de los que se utilizan para las pistolas de
juguete. Se recortaban de su cartoncillo, (¡cuántos me han explotado entre los
dedos!) y un par de ellos se acoplaban en el minúsculo habitáculo mediante
unos alicates, (¡cuántos me han chamuscado las uñas al apretarlos!), y se
situaban nuevamente en el culatín del mas que usado cartucho.
La
confección de los "plomillos" era asimismo un poema. El plomo
necesario procedía de trozos de viejas cañerías rebuscadas entre los
escombros como aprendiz de chatarrero. Se derretía hasta la ebullición y, con
el cuidado que la temperatura requería, se colaba por un trozo de tele
metálica a guisa de tamiz sobre un recipiente lleno de agua, donde los
perdigones se enfriaban y endurecían, para servir, en forma de gotas, de
elemento mortal sobre el objetivo destinado a la cazuela...
¿Y
la pólvora? Otro problema a solucionar. Hasta de morteros y balas de
mosquetones Mauser, cuyos peines se hubiera uno podido agenciar, procedentes de
la no muy lejana Guardia Civil...
Ya
con los elementos necesarios, se procedía a la "recarga": Mixto en su
culatín, un dedal (de coser, robado a mi madre) de pólvora, taco de papel de
periódico, el plomaje necesario, -que al disparar se desplazaba en cualquier
dirección- y una tapa de carón recortado según el calibre. Como "final
de fabricación, una curiosa maquinilla acoplada al borde la mesa y, mediante la
presión del dispositivo de que disponía para atenazar ambos extremos, se daban
vueltas a la manivela para rebordear la vaina, y... cartucho dispuesto para ser
disparado.
Pero
volvamos al paraje escogido para la aventura de la caza de perdiz con reclamo.
La finca era normalmente una que distaba de Andújar unos dieciocho kilómetros.
Carretera del santuario de la virgen de la Cabeza arriba, se llegaba a la Venta
de Los Pinos y, torciendo a la derecha, enfilabas un trecho hasta el Cortijo del
Camino de la Plata, nombre que procedía de unos yacimiento que, en tiempos,
fueron explotados en busca del preciado material.
Llegados
al sitio preferido, se procedía a confeccionar el "puesto". Como un
rito, se colocaba al pájaro-reclamo encima de unas matas de lentisco o jara,
rodeándolo de tamujos por todas partes, menos por una que se dejaba al
descubierto, de cara a una pequeña lonja o raso por la que debían entrar los
machos silvestres, engallados y dispuestos a la pelea, con el intruso que osaba
disputarles sus hembras y su terreno.
Enfrente
de la jaula, y manteniendo un perfecta visión del rellano ya debidamente limpio
de piedras y matorrales, a la distancia precisa, se improvisaba la choza donde
los cazadores se emboscaban. Esta era lo suficientemente amplia para no
entorpecer sus movimientos: construída con ramas de la flora circundante, para
que difiriera lo menos posible del entorno natural. Solamente se podría
distinguir -y eso para gente avezada al monte-, unas pequeñas troneras entre la
maleza, por las que poder mirar, y sacar lo mínimo el cañón de las escopetas,
dispuestas disparar sobre el pájaro guerrero que venía a defender su entorno y
su emplumado harén, al escuchar el majestuoso "karatcat cha ká, karatcat
chá cá" del macho enjaulado que retaba, dando saltos en su pequeña
cárcel de alambre, al enemigo que acudía intrépidamente al
combate.
La
escena siguiente era la culminación de toda esta obligada parafernalia: La
perdiz macho que entra en la plazuela. Engallado, belicoso, queriendo alcanzar
la jaula del intruso a veces, y otras arrastrando las alas por el suelo, como
queriendo marcar sus dominios, mientras las hembras, que han acudido atraídas
por los guerreros cánticos, contemplan, atónitas y coquetas, el desarrollo de
la lid... La seca detonación resuena abatiendo al pájaro retador, mientras el
eco se esparce rebotando por valles y laderas y, de nuevo, el silencio, roto
únicamente por las manifestaciones de victoria de la perdiz enjaulada,
convencida de que la rendición de su oponente se debe a su propia fiereza, que
celebra con un canto de triunfo que se podría interpretar: "cuchichi...
cuchichi..."
Han
pasado los años...¿Sesenta quizá?. Pero aquél hombre imborrable recuerdo de
mi niñez, permanece nítidamente en mi retina, y me parecer a mi hermano
Alfonso, jaula a la espalda como un morral, caminando junto a su jefe y
compañero, atravesando risco y collados, hollando jaras, tomillos y cantuesos,
en busca del lugar preciso de montar el puesto.
Enrique Carmona
Oyonarte ( su hermano )
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