Ahora que sabemos que los genes son recetas
codificadas, es difícil recordar que eran
pocos los que ni siquiera imaginaron tal posibilidad.
Ya Aristóteles dijo que el "concepto"
de pollo está implícito en el huevo, o que la
bellota era un proyecto de encina. Cuando
esta confusa teoría de la información resurgió
en medio de los descubrimientos de la
genética moderna, alguien dijo en broma
que se le debería conceder el Premio Nobel al
sabio griego por el descubrimiento del ADN.
En 1822 nace Mendel, que realiza una serie
de experimentos sólidos, sistemáticos,
cuidadosamente elaborados con sus famosos
guisantes (plantó mas de treinta mil plantas
diferentes). Después pasó a las fucsias, el
maíz y otras plantas. Encontró los mismos resultados.
En esquema sucinto, según la teoría
mendeliana, la herencia es la transmisión de
padres a hijos de los factores particulares, o
partículas, que determinan las características,
es decir , lo que hoy llamamos genes.
El mendelismo cogió desprevenida a la
biología. Nada acerca de la teoría evolutiva
exigía que la herencia debiera venir en fragmentos.
En efecto, la idea parecía destruir las
cosas que Darwin se había esforzado en establecer.
Darwin dijo que la evolución era la
acumulación de cambios leves y aleatorios
por medio de la selección. Si los genes eran
cosas sólidas que podían aparecer intactas
desde una generación oculta, entonces, ¿cómo
podían cambiar gradual o sutilmente?.
Hasta que en 1918 no se aplicó la mente
aguda y matemática del británico Ronald Fisher
al asunto, no se reconciliaron finalmente
el darwinismo y el mendelismo : lejos de contradecir
a Darwin, Mendel le había reivindicado
brillantemente. "El mendelismo, dijo Fisher,
proporcionaba las partes que le faltaba a
la estructura erigida por Darwin". Sin embargo
quedaba por resolver el problema de la
mutación. L a explicación la aportó Herman
Müller, quién aseveró que los genes podían
mutar artificialmente. Y lo demostró bombardeando
moscas de la fruta con rayos X, lo
que provocó mutaciones en sus genes. Y, con
ello, consiguió el Premio Nobel.
La mutación artificial dio el inicio de la genética
moderna.
Y, saltando hasta nuestros tiempos, hasta
hace pocos años, el público en general no
había escuchado la palabra "genoma". La escritora
Carol Ezzell narra una historia o anécdota
protagonizada por el Presidente de los
Estados Unidos George Busch en 1989 (ayer
mismo, como quien dice): en una ceremonia
de entrega de medallas de ciencia y tecnología,
expuso con orgullo todo lo que su gobierno
y el del predecesor Reagan habían hecho
por la Ciencia. Entre ellas citó la iniciativa
"gnomo" (duendecillo). No hizo ademán de
rectificar. Nadie pestañeó, no se produjeron
sonrisas, ni murmullos entre los asistentes ni
gestos de sorpresa. A casi todos los cogió en
"fuera de juego". Y el auditorio estaba compuesto
y repleto de científicos, dirigentes de
industrias del sector científico, burócratas relacionados
con la ciencia y la técnica. Los
premiados, entre los que se encontraban,
precisamente, Cohen y Boyer, inventores de
la técnica de corte y empalme genético, subieron
al podio con la seriedad propia del
acontecimiento.
No había habido error de interpretación.
En la transcripción del discurso entregada por
el servicio de prensa de la Casa Blanca, aparecía
también la referencia al duende. Y esto
sucedía a ese altísimo nivel y en el año en
que los Institutos nacionales de la Salud iban
a gastarse 28,2 millones de dólares en las primeras
etapas del Proyecto Genoma Humano.
Actualmente el proyecto está formado por
un consorcio público integrado por cuatro
grandes centros de secuenciación de Estados
Unidos, por el Centro Sanger, de Cambrigde y
por laboratorios de Japón, Francia, Alemania
y China. Trabajando durante un decenio, mas
de 1000 investigadores, han construido un
mapa de los 3.000 millones de pares de bases
de ADN que constituyan el genoma humano.
Dirigido por Francis S.Collins, del Instituto
Nacional de Investigación sobre el Genoma
Humano en Bethesda, Maryland, ha
gastado hasta ahora mas de 250 millones de
dólares.
A principios de 1998, este equipo predecían
que habrían de transcurrir aún siete u
ocho años, antes de conseguir leer todo el
mapa genómico, contando en que, por entonces,
sólo habían conseguido descifrar un
diez por ciento, aproximadamente. Pero, para
entonces, ya había entrado en liza una
competencia feroz un proyecto liderado por
una empresa privada, la empresa Celera Genomics,
que preside el norteamericano Craig
Venter.
Según decía Venter, el procedimiento utilizado
por el equipo gubernamental le parecía
excesivamente lento: dividir uno por uno
los 23 pares de cromosomas humanos para
analizarlos después. Anunció que estaba creando
una empresa y que finalizaría el trabajo
antes del año 2001 y con un coste menor,
menos de doscientos millones de dólares.
Craig Venter no era un desconocido.
Científico brillante e impulsivo, solía cumplir
cuanto prometía. En 1991 había inventado
una forma rápida de descubrir genes humanos,
según nos comenta Matt Ridley en su
último libro. En el 95 recibió una fulminante
respuesta a su solicitud de ayuda gubernamental
para diseñar el mapa genómico de
una bacteria, utilizando una nueva técnica.
La negativa iba acompañada de la predicción
(¿) de que no funcionaría nunca. Cuando llegó
la carta oficial, el trabajo estaba prácticamente
finalizado, con resultados positivos,
claro.
De modo que sería absurdo ir contra Verner.
El proyecto público se reformó y reorientó; se adjudicaron mas fondos y se fijó el objetivo
de completar un primer borrador en
junio del 2000. Craig Verner se puso el mismo
plazo.
En 1996 el científico tuvo una idea revolucionaria
y brillante: en lugar de basar las investigaciones
en el ADN, pensó que se podría
utilizar el ARN. El "trabajo" lo haría la
propia célula, que se sirve del ARN para identificar
las partes del ADN que permiten fabricar
las proteínas. Con el tiempo se fue perfeccionando
la técnica, denominada shot-gun.
Consiste en dividir los 23 pares famosos
de cromosomas en millones de fragmentos al
azar. Cada uno de ellos se secuencia para su
posterior ordenamiento en el mapa. Primero
se aisla el ADN del núcleo. Después, mediante
la utilización de ondas sonoras se reduce
cada cromosoma a pequeños fragmentos (
unos tres millones), cada uno de los cuales
contiene entre 2000 y 10.000 moléculas bases.
Cada fragmento se introduce después
en un complejo robot que lo descifra a gran
velocidad. Tras esta fase, equipo envía los resultados,
por correo electrónico, a los potentísimos
ordenadores de Celera Genomics,
que ensambla de nuevo cada uno de los minúsculos
fragmentos a los 23 cromosomas.
Este método fue considerado desde el
principio como poco ortodoxo, pero no había
duda de que resultaba mucho más rápido
que el empleado por el consorcio internacional.
El propio James Watson, descubridor en
1953 de la molécula de ADN, descalificó a
Venter afirmando públicamente que se trataba
de un mero trabajo rutinario que podría
hacer cualquier mono. Posteriormente se excusó,
también en público. Francis Collins, director
del proyecto oficial, comparó el "libro
de la vida" de Venter con simple un periódico
sensacionalista.
Craig Venter, marginado en esos momentos
por la comunidad científica, abandonó la
investigación pública y buscó financiación
privada para poner en marcha su propio centro
de decodificación del genoma. Con la
ayuda de su mujer, microbióloga, logró reunir una pequeña
cantidad. A través de inversores
privados reunió 65 millones de dólares
con los que fundó, en 1994 el Instituto de Investigación
Genómica (TIGR en inglés). Un
año después Venter dejó perplejo al mundo
al anunciar que habían conseguido descifrar
el código genético de una bacteria, el Hemophilus Influentiae, causante, entre otras afecciones
del resfriado o de la meningitis. Las dificultades
que sus socios le pusieron para difundir
los hallazgos, le llevaron a abandonar
ese instituto, renunciando a una financiación
de más de 35 millones de dólares (6.000 millones
de pesetas. Según comenta Joseph Pilcher, aseveró
"quería difundir abiertamente los
resultados de mis investigaciones, pero los
inversores se negaban".
Pero no
se amilanó y con su dinamismo reconocido,
consiguió que la empresa de instrumentación científica
Perkin-Elmer le ayudase. Con 260
millones de dólares creó los laboratorios
PE Celera Genomics, que preside. La
empresa Perkin-Elmer había desarrollado un
robot decodificador 50 veces más rápido
que cualquiera de los utilizados hasta el
momento, y capaz de hacer, en un solo día el
trabajo que 1000 investigadores del Proyecto Genoma
Humano realizan en un año. Prometió
hacer público de forma gratuita los resultados
de las investigaciones en el año 2000,
frente al 2005 marcado por la investigación pública.
Y de esta forma, el 6 de abril del
2000, Craig Venter proclamó al mundo la consecución
de la decodificación del ADN humano.
Tras una negociación compleja, como se
supone, con el estamento público, se acordó
la presentación conjunta de los resultados, el
26 de junio del 2000.
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